CAROLL & SANTIAGO... Alias los Wachitos

Esa mañana abrí mis ojos y a mi lado estaba ella, quien dormía con tranquilidad. Volteé mi mirada para contemplar su sueño. Mientras admiraba su presencia junto a la mía, de repente nuestros recuerdos tocaron a la puerta; una fuerte ráfaga de imágenes transitaron ante mis ojos e inmediatamente me llevaron a recordar nuestra primera interacción en el primer año de universidad.

​

Ella tan decidida a evitarme, mientras que por mi parte transitaba sin darme cuenta de su presencia y de lo que estaba por suceder. La vida había elegido unirnos desde ese instante. Irónicamente, quien buscaba evadir la presencia del otro se convirtió en una amiga indispensable, una confidente, una guardiana de secretos. Dejamos de ser dos desconocidos para compartir nuestra vida universitaria como mejores amigos. Aún recuerdo los viernes de cervezas, las salidas a bailar, las caminatas hasta la puerta de su casa, que a medida que pasaba el tiempo, dejaron de ser un acto de amabilidad y de amistad para empezar a sostener nuestras manos.

​

De la misma manera, decidimos arriesgarnos y volar hasta el último rincón del mundo. Por un año dejamos atrás lo que conocíamos y nos enfrentamos a nuevos desafíos. Si me preguntan, ¿qué es lo que más recuerdo de nosotros como pareja? No dudaré en responder que son las noches después del trabajo y verla esperar por mí en la puerta de la casa, para luego sentarnos a comer un plato de noodles con atún y compartir nuestras hazañas en la carretera.

​

No les mentiré que volver de tierras mágicas significó un gran cambio en nuestras vidas y lo que había sido una aventura de exploración del mundo se convirtió en un sueño del pasado que parecía imposible de retomar. Sin embargo, su mano, su presencia y su vida hicieron el tiempo más ameno. Entendimos que viajar en compañía del uno y del otro se había convertido en nuestro emblema y nuestro significado de vida.

​

Esa mañana ella despertó, abrió los ojos, me sonrió y dijo, “buenos días”. Sus palabras me hicieron sentir en casa, en mi hogar, en familia. Sin pronunciar palabra alguna, con los recuerdos ante mis ojos, simplemente sonreí de vuelta y me dije, son esos “buenos días” los que quiero escuchar cada día al despertar.